La dualidad de la ilimitada magia de las palabras
Hablar, preguntar, responder, interpelar, argumentar, exclamar…. en esencia, ¿qué es el ser humano sino un animal lingüístico? Su herramienta más poderosa es el lenguaje, capaz de sanar y destruir al mismo tiempo. Las palabras generan un resultado en nosotros y alumbran una realidad. El lenguaje provoca escenarios asombrosos, una declaración, una afirmación, una negativa, desencadenan unos acontecimientos u otros en función de nuestro lenguaje.
La acción de comunicarnos es un acto cotidiano que se torna invisible por tratarse de un automatismo que funciona inconscientemente. La maravilla del lenguaje nos permite expresarnos, pero su poder no es inocuo, es necesario conocer y saber emplear su fuerza y alcance, tanto en su vertiente positiva como en la negativa.
Es nuestra elección el uso de unas palabras u otras las que nos definen como personas y caracterizan nuestro valor diferencial, ya que no sólo viene marcado por nuestra habilidad y riqueza lingüística. La forma en que nos expresamos no es casual, denota la manera en la que nos dirigimos a nosotros mismos y al mundo. Y no sólo eso, sino que afecta a cómo nos perciben los demás y, por extensión, a cómo se relacionan con nosotros.
Las palabras son una fuente inagotable de sanación y crecimiento. La escucha o el enunciado de
determinados mensajes positivos potencia las fortalezas, transforma las emociones e impacta a nivel orgánico en nosotros y nuestro interlocutor. El tono utilizado, la forma, la gestualidad y, en definitiva, el llamado lenguaje no verbal junto al manejo del léxico, influyen en nuestras emociones y en nuestro cuerpo. Es el punto de inicio de un proceso de cambio, de apertura, de óptica de nosotros mismos y lo que nos rodea, en conclusión, de posibilidades.
Pero, el lenguaje también puede emplearse para fomentar el lado negativo de la vida. Su mal uso lo convierte en una daga capaz de destruir relaciones y generar estados anímicos incapacitantes. ¿Qué nos decimos a nosotros mismos y qué intercambiamos con los demás? ¿Tiene nuestro lenguaje un efecto reparador o destructor?
Para que nuestras palabras consigan el efecto que deseamos es conveniente crear el contexto adecuado y atender a nuestra intencionalidad. Los prejuicios, la altivez o la falta de afecto se convierten en obstáculos que minan la posibilidad de que la comunicación fluya, y consiguen el efecto contrario de nuestras aspiraciones.
Cuanto mayor sea nuestra conciencia acerca del estilo de lenguaje al que recurrimos habitualmente y sus consecuencias, mejor sabremos diferenciar y decidir entre cuál es el lenguaje correcto o el que nos resulta más fácil de utilizar.
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”
(Ludwig Wittgenstein)
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